¿Puede haber mejor paseo para estrenar el año nuevo que disfrutando debajo de un pequeño mar de muérdagos? ¿Lanzando deseos y no parando de besarse? Basta con ver esa planta mágica para entender que desde tiempos remotos ha fascinado al hombre, ha tejido a su alrededor una densa red de creencias y leyendas y para mucha gente es una acompañante muy especial durante las navidades y el cambio de año.
Al muérdago, dicen, no se encuentra, sino que te encuentra él a ti. Sea como sea, para dar con esa curiosa planta -en realidad es un semiparásito- hay que andar con la mirada hacia el cielo. Es que las llamativas bolas con sus ramificaciones, sus finas hojas de color amarillo verdoso y sus blancas bayas en forma de perla suelen crecer en lo alto de los árboles.
Y no en cualquier árbol. Tienen sus preferencias -árboles frutales, pinos, chopos- y cuando se agarran a su nuevo hogar empiezan a chupar agua y sales del anfitrión y a crecer lentamente durante años y años hasta formar tallos de más de medio metro.
Siempre y cuando nadie tope con ellos y quiera aprovecharse de sus múltiples cualidades. El muérdago ya fue utilizado en la antigüedad como remedio universal y sus usos medicinales son indiscutidos hasta hoy en día – al igual que su toxicidad. Así que nada de experimentos.
Como primer acercamiento a los poderes mágicos puede servir una costumbre ancestral que consistía en tallar un pequeño amuleto de una rama de muérdago para sentirse a salvo de cualquier desgracia o enfermedad. Según viejas creencias, tener un tallo de muérdago en casa protegía de brujas, calamidades, espíritus malignos y cualquier mal en general. También los celtas le tenían un especial amor y bien es conocido -no sólo por los lectores de Asterix y Obelix- que los druidas eran especialistas en convertir la planta en pócimas mágicas.
Sin tener que beber brebajes sospechosos, cualquiera puede sentir la magia del muérdago siguiendo otra vieja costumbre: Colgar un tallo encima de la puerta de casa y besarse debajo de él. Promete suerte y un amor eterno… En realidad, la costumbre, originariamente de Inglaterra, da vía libre a cualquiera que se encuentre bajo el marco con otro/otra para dar un beso sin permiso. Eso sí: La tradición también dice que con cada beso hay que quitar una de las bayas de la ramita de muérdago. Y cuando ya no queden bayas, se acabó el beso robado… De ahí el dicho: “No mistletoe, no luck“ – No hay muérdago, no hay suerte.
Suerte que a nosotros nos quedan un montón de bayas…